La apli­cación de la pena de muerte sigue su ten­den­cia a la baja en EE.UU. En 2010 fueron eje­cu­tadas 46 per­sonas, un 12% menos que el año pasa­do y casi la mitad de la can­ti­dad de ajus­ti­ci­a­dos que hubo al comien­zo de la década.

De acuer­do con datos del informe del 2010 pro­duci­do por el Centro para la Información sobre la Pena de Muerte (CPIPM), una orga­ni­zación que abo­ga por la elim­i­nación de la pena cap­i­tal, los números refle­jan cómo ese cas­ti­go ha per­di­do pop­u­lar­i­dad” en la sociedad estadounidense.

En 2010 fueron sen­ten­ci­a­dos a morir eje­cu­ta­dos 114 per­sonas, sólo dos más que en 2009, pero menos de la mitad ingre­saron en el lla­ma­do corre­dor de la muerte” que en 2000.

Texas sigue hacien­do hon­or al nom­bre de estrel­la soli­taria” con el que se iden­ti­fi­ca al esta­do y mantiene el lid­er­az­go en eje­cu­ciones, con 24 en 2010, aunque tam­bién exper­i­men­tó una reduc­ción del 30% respec­to al año ante­ri­or y de un 80% com­para­do con datos de hace diez años.

Altos costos

En su informe, el CPIPM ase­gu­ra que var­ios pun­tos polémi­cos expli­can esa ten­den­cia a la baja, pero prin­ci­pal­mente son la renu­en­cia de los jura­dos a otor­gar ese vere­dic­to y la pre­ocu­pación por el alto cos­to que acar­rea al esta­do la apli­cación de la sentencia.

En las recientes elec­ciones par­la­men­tarias, regionales y locales de noviem­bre, var­ios aspi­rantes resul­taron elegi­dos a los car­gos a los que pos­tu­la­ban pese a que fueron iden­ti­fi­ca­dos como ene­mi­gos de la pena de muerte” por las campañas adversarias.

Según una inves­ti­gación de Lake Research, una empre­sa de Washington que hace estu­dios de opinión para definir políti­cas públi­cas, el 61% de los encues­ta­dos dijo preferir sen­ten­cias alter­na­ti­vas a la pena de muerte.

A ese sen­timien­to con­tribuyen los temores del públi­co que inte­gra los jura­dos a que errores, vol­un­tar­ios o invol­un­tar­ios, en el tra­ba­jo poli­cial y en el pro­ce­so legal ter­mi­nen con­de­nan­do a personas inocentes

Ese ha sido el caso de las 130 per­sonas que han sido exon­er­adas des­de 197617 de ellas gra­cias a prue­bas de ADN- después de pasar años en el corre­dor de la muerte esperan­do su eje­cu­ción, según la infor­ma­ción del Proyecto Inocencia, una orga­ni­zación de abo­ga­dos que tra­ta de pre­venir o rever­tir sentencias injustas.

Crisis y justicia

El aspec­to económi­co con­tribuye a la reduc­ción de la apli­cación de la pena de muerte: la relación cos­to-ben­efi­cio al com­para­rse con otro tipo de méto­dos para el con­trol de crímenes.

Un estu­dio inter­no del esta­do de Illinois encon­tró que en los últi­mos siete años la gob­er­nación invir­tió US$100 mil­lones para asi­s­tir a las fis­calías de dis­tri­tos que bus­ca­ban penas de muerte en casos de asesinatos.

Además, se esti­ma que en prome­dio un con­de­na­do a muerte pasa más de diez años esperan­do la eje­cu­ción, dado el lento pro­ce­so de apela­ciones y con­tra apela­ciones que suele car­ac­teri­zar este tipo de casos.

Esa ten­den­cia se viene incre­men­tan­do sostenida­mente des­de 1977 por pre­siones de la opinión públi­ca y los cam­bios en la ley que per­miten que los desafíos a las sen­ten­cias se hagan más comunes.

La larga per­ma­nen­cia en el corre­dor de la muerte anu­la el argu­men­to de quienes abo­gan por deshac­erse” de crim­i­nales y ahor­rar­le al esta­do el cos­to de man­ten­er­los en prisión de por vida.

Además ha gen­er­a­do un debate moral sobre el doble cas­ti­go” que estarían reci­bi­en­do los con­de­na­dos a muerte, pues mien­tras esper­an eje­cu­ción de sen­ten­cia viv­en en un ambi­ente en el que la incer­tidum­bre y el ais­lamien­to ter­mi­nan a veces afec­tán­doles su salud mental.

¿Dónde está la inyección?

En 2010 unas 40 eje­cu­ciones fueron pospues­tas, muchas de ellas por la indisponi­bil­i­dad de uno de los fár­ma­cos que se usa en el cóc­tel de inyec­ciones letales que se apli­ca a los con­de­na­dos a muerte.

A prin­ci­p­ios del año un prob­le­ma en el sum­in­istro del anestési­co tiopen­tal sódi­co forzó a muchos esta­dos a bus­car dro­gas alter­na­ti­vas, como el pen­to­bar­bi­tal, fár­ma­co usa­do en med­i­c­i­na vet­eri­nar­ia, lo que motivó apela­ciones por parte de abo­ga­dos de los condenados.

La defen­sa de los con­de­na­dos argu­menta­ba que la efec­tivi­dad del pen­to­bar­bi­tal no esta­ba proba­da y que además su uso en seres humanos no con­ta­ba con la aprobación de la Agencia de Drogas y Alimentos.

Sin embar­go, el 16 de diciem­bre en Oklahoma, John Duty se con­vir­tió en la primera per­sona en ser eje­cu­ta­da con una mez­cla que incluyó el pen­to­bar­bi­tal, de uso común para la eutana­sia de animales.

Arizona y California impor­taron el tiopen­tal des­de Gran Bretaña, mien­tras que Texas dice ten­er un sum­in­istro sufi­ciente para 39 eje­cu­ciones, aunque expi­rará en mar­zo del 2011.

Hacia la moratoria definitiva

Por var­ios años, gru­pos de defen­sores de dere­chos humanos han trata­do que la pena cap­i­tal sea declar­a­da incon­sti­tu­cional por la Corte Suprema de EE.UU.

Eso se logró par­cial­mente en 1972 cuan­do el máx­i­mo tri­bunal deter­minó que los estatu­tos de var­ios esta­dos, no la pena en si, eran incon­sti­tu­cionales y con­mutó la pena a las 629 per­sonas que para ese entonces esperaban ejecución.

Una vez cor­regi­dos esos estatu­tos, los esta­dos lograron restau­rar­la en 1977, aunque con lim­ita­ciones que no existían antes y que bus­ca­ban atacar el prob­le­ma de la arbitrariedad.

Pero ese sigue sien­do la prin­ci­pal que­ja de quienes se opo­nen a este tipo de con­de­nas: el que no exista un están­dar para su aplicación.

Porque no siem­pre se usa en todos los lla­ma­dos crímenes hor­ren­dos”, lo que la deja a la dis­cre­ción de la acusación y en últi­mo lugar a los posi­bles pre­juicios del jura­do de ciudadanos.

Para los con­trar­ios a la pena de muerte la ten­den­cia decre­ciente en la adju­di­cación y apli­cación de con­de­na máx­i­ma es una bue­na noti­cia, aunque esper­an que llegue el momen­to en el que su prác­ti­ca se elim­ine com­ple­ta­mente en EE.UU.

Source: BBC Mundo, 29 de diciem­bre de 2010